No hubo tal debate

(Francisco Pérez Arce Ibarra)

 

Ha habido elogios al nuevo formato de debate ideado por el INE y llevado ala práctica el pasado 22 de abril. Se le llama “debate” pero no lo es. Se trata más   bien de un espectáculo, una especie de reality en el que los candidatos deben exponer sus ideas o propuestas en un tiempo mínimo, reducirlas a frases que tengan efecto de atracción y puedan fijarse en la mente de los espectadores. No se pueden desarrollar ideas y por lo tanto tampoco debatirlas. Los contrincantes no buscan discutir sino descalificar. Esto fue muy claro en el tema de la inseguridad. El tema es el más sensible por la emergencia que vive el país que en 2017 rompió todos los récords en número de asesinatos (ejecuciones y enfrentamientos entre presuntos criminales y fuerzas públicas). Hubo entre los cinco candidatos sólo dos posiciones: cuatro de ellos llamaron con distintos nombres o matices al continuar con la estrategia de aumentar el poder del ejército y la policía. Es decir, una posición militarista. Sólo uno, Andrés Manuel, plantea algo diferente. Es el único que llama la atención sobre la necesidad de atacar las causas del auge del crimen organizado. Plantea la necesidad de un proceso de pacificación del país. Habla de la posibilidad de una amnistía. El tema es complejo y polémico. Pero sus contendientes no quieren discutirlo, sino simplemente descalificarlo, burlarse, acusarlo de querer un “pacto” con los asesinos y secuestradores. Tanto los cuatro candidatos que sostienen la posición militarista, como los periodistas que condujeron el espectáculo, saben que no propone ni perdonar los crímenes ni pactar con los criminales. Saben, o deberían saber, que la amnistía puede ser parte de un proceso de pacificación, y que no se trata de ignorar la justicia, sino de algo que suele llamarse “justicia transicional”. En los debates electorales se debería discutir las ideas de los candidatos. Eso no sucede.

Muchos comentaristas elogiaron el nuevo formato: “Mucho más ágil”, dijeron. “Más dinámico”. En realidad, piensan en que es más divertido para los tele-espectadores. Parece que pensaran en el debate como un espectáculo que mantenga altos raitings, y no que cumpla con el objetivo de exponer con claridad las propuestas de acciones y políticas públicas. Ese no es el objetivo que busca el nuevo formato. Al contrario: lo impide. El tema debe exponerse en 30 segundo, replicar en menos de un minuto, y luego tienen 2 minutos y medio cada uno para objetar o responder a las objeciones, pero en intervenciones que cada una no rebase el minuto. Todo eso para cinco contendientes. No hay manera de que se discuta el fondo de una propuesta y el diagnóstico que trae implícito. Sólo ajusta el tiempo para articular unas cuantas frases efectistas. Y en medio de ese complejo formato de tiempos límite, se incluyen acusaciones. Si uno de los contendientes (Andrés Manuel fue el objeto de la mayoría de los ataques) quiere responder a las acusaciones personales, pierde el tiempo que debería usar para explicar sus ideas. Los ataques pueden estar cargados de mentiras. No importa: funciona la descalificación. El atacado tiene que responder sean mentiras o no: si responde, malo, si no responde, también.

Al final se declara un ganador: en realidad quiere decir: quién obtuvo nuevos adeptos. Quién pudo haber convencido a los electores indecisos. Quién perdió un elector que estaba de su lado. Los comentaristas de la prensa coinciden en que el debate del 22 no provocaría mayor cambio en las preferencias de los electores. Que todo seguiría más o menos igual. Que los cambios serían marginales. Puede que así sea. Pero… no hubo tal debate.

29 de abril de 2018

Sube la marea Morena y desatan la guerra sucia

Francisco Pérez Arce Ibarra

 

Una semana después del primer debate y dos meses antes de las elecciones, presenciamos dos fenómenos simultáneos: sube la marea morena y reacciona con furia la élite empresarial. Los empresarios y sus partidos aliados, PRI, PAN y PRD, se saben disminuidos y están entrampados entre sus dos candidatos (Anaya y Meade). Para competir con Morena tendrían que abandonar a Meade y apoyar con todas sus fuerzas a Anaya. Todo mundo lo dice porque todo mundo lo sabe. Una jugada de ajedrez obligada: el sacrificio de un alfil. Pero no pueden abandonar al primero porque sería desarticular al PRI, dejarían sueltas piezas que no podrían controlar, sería perder no sólo la presidencia sino diputaciones, senadurías y gubernaturas. El PRI tiene una estructura nacional que no tiene el PAN.  Por eso prefieren a Meade sobre Anaya. Es decir, prefieren al que simplemente no puede ganar. Anaya tendría posibilidades si se le sumara el aparato priísta, con todos los cuadros priístas actuando de manera obediente y disciplinada, y encima operaran una compra masiva de votos.  Pero no pueden hacerlo: pueden sacrificar a Meade, pero no al PRI. Ante la inminencia de la derrota de su candidato presidencial, los mandos medios priístas quieren garantizar los poderes territoriales. Los señores feudales pueden abandonar al rey, pero no quieren abandonar sus feudos.

Están entrampados: quieren abandonar a Meade, pero no pueden.

Sólo les queda atacar a López Obrador con todas sus baterías, bazucas, misiles, provocaciones, mentiras, infamias, piedras… todo. Todo lo que se pueda: legal o ilegal. Eso explica la radicalidad de la guerra sucia. No es sólo una guerra sucia, es también una guerra desesperada. Pero  hemos llegado a un punto en el cual seguir mencionando a Andrés Manuel como el archivillano puede tener el efecto contrario del que buscan. No se puede detener la marea… Y no tienen tiempo para esperar a que baje.

27 de abril de 2018

Francisco Pérez Arce y el relámpago del 68

Texto escrito por Luis Hernández Navarro para la presentación del libro «Caramba y zamba la cosa, el 68 vuelto a contar», en la Feria del Libro del Palacio de Minería, el 4 de marzo de 2018.

FRANCISCO PÉREZ ARCE Y EL RELÁMPAGO DEL 68

Luis Hernández Navarro

Celebramos los 50 años del movimiento estudiantil-popular de 1968. Un movimiento que es mucho más que un recuerdo en la sociedad y la política del país. Religiosamente, el 2 de octubre de cada año, miles de jóvenes toman las calles de la Ciudad de México para conmemorar la masacre del 2 de Octubre. Los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en 2014 en Iguala se preparaban para asistir a esa manifestación.

Los participantes en esa histórica jornada de lucha que se asomaban a lo sucedido en México 50 años atrás, como ahora nosotros lo hacemos con ellos, veían un país drásticamente diferente al que tenían. El México de 1918 estaba mucho más lejos del de 1968, que el que vivimos hoy en día con respecto al 68. Ese México de 1918 apenas acababa de salir de una sangrienta Revolución y era un país predominantemente rural y analfabeto. En cambio, el México del 68 era una nación con una importante base industrial, crecimiento económico sostenido y una amplia población universitaria.

Muchos jóvenes mexicanos de 1968 se vivían como ciudadanos del mundo. Las carreteras de la información, el cine, la música popular, la liberación femenina y el consumo habían creado las condiciones para el desarrollo de su espíritu cosmopolita. Su tiempo estaba sincronizado con el de los jóvenes de otras naciones.

El 68 mexicano fue un relámpago que iluminó la oscuridad del autoritarismo gubernamental. Ese relámpago mostró masivamente que la Pax social priísta era un mito sostenido por la cárcel, el destierro y el asesinato. Ese relámpago alumbró y proporcionó el reconocimiento masivo que se le había escamoteado a gigantes cívicos y literarios como José Revueltas y sacó del olvido de las cárceles en las que se encontraban a presos políticos como Demetrio Vallejo y Valentín Campa.

A 50 años de distancia, Francisco Pérez Arce hace la crónica de aquel relámpago. Rayo en cielo tranquilo se llama su primer capítulo. Lo hace en un momento de peligro. Dice Walter Benjamin que “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo como verdaderamente ha sido. Significa adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro…” Así lo hace Caramba y zamba la cosa. El 68 vuelto a contar, publicado por la Editorla Itaca.

Francisco Pérez Arce es un economista especializado en la historia social de las últimas cinco décadas del México de abajo, que, además, escribe novelas. Sus crónicas y trabajos de ficción recrean magistralmente la atmósfera social y política de las luchas populares durante el último medio siglo.

Adicionalmente a su trayectoria dentro de la academia como historiador o de su vocación como novelista, Paco Ceja -como le llaman cariñosamente sus amigos- fue, a lo largo de más de tres décadas, asesor y organizador de movimientos campesinos y sindicales, asiduo e incansable acompañante de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, activo participante en las luchas por democratizar el país y participante directo en la administración pública durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas en el entonces Distrito Federal.

Francisco fue, también, promotor de diversos proyectos periodísticos de difusión de las luchas obreras y populares. Participó activamente en la elaboración y distribución de La Causa del Pueblo, Trabajadores en Lucha e Información Obrera. Ha colaborado con los suplementos “México en la Cultura”, de Siempre! y “La Jornada Semanal”, con los diarios La Jornada y El Universal y con las revistas Historias y Nexos.

La combinación de esta relación sostenida y profunda con las resistencias del mundo subalterno, de una extraordinaria capacidad para escuchar y reproducir el habla popular, de una amplia cultura literaria, y de su vocación como educador de base, capaz de explicar con sencillez y concisión las situaciones o los conceptos más complejos de las ciencias sociales, le han permitido producir una obra única en el país. Sus libros dan voz a quienes no la tienen, pero van mucho más allá de lo estrictamente testimonial. De la misma manera en la que diversos compositores utilizan la música popular como materia prima para elaborar piezas de música clásica, Paco parte de las voces del México de abajo para elaborar narraciones que reproducen el mundo obrero o campesino. Novelas de ficción suyas como La Blanca, El Día de la Virgen o Xalostoc nos permiten aproximarnos al México profundo, mejor que muchos trabajos de sociología o antropología.

Pérez Arce escribe sobre lo que él vivió, pero también sobre lo que investigó y sobre lo que imaginó. Lo hace, poniendo en el centro la lucha contra el olvido y a favor de la memoria de las resistencias populares. Como él ha explicado en ocasiones anteriores, “obstinarse en olvidar puede ser la peor decisión. Puede convertirse en una medida profundamente dolorosa, implacable, incluso por encima del propio recuerdo. No por otra causa sino porque es un deseo o una determinación que, de manera paradójica, en muchas de los casos arraiga aún más la memoria”.

Su último libro, Caramba y zamba la cosa. El 68 vuelto a contar, está escrito justo en en esta dirección. Crónica de un movimiento que abrió una nueva época (tanto en México como en el mundo), es una apuesta por refrescar la memoria, por contar lo que se ha contado de muchas maneras a lo largo de cinco décadas, pero desde una nueva perspectiva en la que, lo central, no es la represión gubernamental contra el movimiento (hecho que no oculta ni pretende esconder) sino su espíritu rebelde y alegre.

Caramba y zamba la cosa nada contra la corriente de un poderoso afán por revisar y cuestionar la importancia del movimiento del 68 en la democratización del país. Destilando amargura, incómodos por el triunfo cultural del movimiento y por el papel que ha desempeñado en el imaginario de sucesivas generaciones de activistas estudiantiles, que cuestiona su propia trayectoria, autores como Luis González de Alba (que se quitó la vida simbólicamente el 2 de octubre de 2016) y Héctor Aguilar Camín, tomaron en sus manos la labor de tratar de “desmitificar” la gesta libertaria. Sin que sea su propósito explícito, el libro de Pérez Arce responde con contundencia y eficacia a ese afán revisionista.

En dirección contraria al sinsabor de los nuevos detractores del movimiento, El 68 vuelto a contar, publicado por Editorla Itaca, ofrece una visión fresca y optimista de esa etapa de la historia del país. Con brevedad, de manera amena -y al mismo tiempo erudita-, ajena a cualquier veleidad manualesca, parafreaseando al clásico, responde al lector todo lo que alguna vez quiso saber y no se atrevía a preguntar.

Esta visión comienza por el titulo del libro, Caramba y zamba la cosa, tomado de la canción “Me gustan los estudiantes” de Violeta Parra, que dice: Qué vivan los estudiantes/jardín de nuestra alegría/son aves que no se asustan/de animal ni policía. Un título que, como señalamos líneas arriba, no niega ni oculta el desenlace trágico del movimiento, la masacre, el crimen de Estado del 2 de octubre de 1968, pero pone el acento en lo que pasó los dos meses anteriores, desde el 22 de julio hasta el 2 de octubre: la explosión juvenil, la fiesta, la alegría, el reclamo de libertad, los estudiantes cantando, protestando, tomando las calles y las universidades, inventando otro futuro.

Aunque, en sentido estricto no se trata de un análisis ni de una crítica de los hechos, sino más bien de una crónica personal en la que el autor relata cómo vio y vivió el movimiento, incorporando historias de la resistencia de los estudiantes de aquel entonces, el libro es completamente creíble.

En su autobiografía, el literato Stefan Zweig advierte que según demuestra la experiencia, es mil veces más fácil reconstruir los hechos de una época que su atmósfera espiritual. Más allá de las manifestaciones, las demandas o la represión policial, Paco Ceja reconstruye la atmósfera del movimiento, creada, en parte, por el crecimiento masivo de las universidades y por la concentración de miles de ellos en esas instituciones, pero, también, por sus vasos comunicantes con la rebelión mundial, su apoyo a la causa vietnamita y su oposición a la guerra, su simpatía hacia la Revolución cubana, el ejemplo del Che Guevara, apenas un año antes asesinado en Bolivia.

En México, algunos de los acontecimientos que marcan este acontecimiento fueron transmitidos de manera directa en la televisión, o se vieron diferidamente en video tape. La difusión de películas como La batalla de Argel y de escritos sobre el Mayo francés de Carlos Fuente desempañaron un papel relevante en la construcción de un sentido común diferente.

En su libro, Pérez Arce recuerda la irreverencia de los estudiantes ante el Presidente de la República, en un país exacerbadamente presidencialista en el que no se podía tocar al Jefe del Ejecutivo ni con el pétalo de una frase. En un momento en la que estaba prohibido hablar mal del Ejército, la Virgen de Guadalupe y el Presidente, los jóvenes hicieron de Gustavo Díaz Ordaz su piñata favorita.

¿Triunfo o derrota? El movimiento, concluye Paco, sufrió la intervención del Ejército contra un movimiento desarmado que no tenía intenciones de armarse ni de hacer una revolución violenta; un movimiento que convocaba manifestaciones pacíficas y enarbolaba demandas dentro del marco constitucional. Fue violentamente aplastado. Sin embargo, algunas de sus demandas, fueron solucionadas con el paso del tiempo. Así sucedió, por ejemplo, con la exigencia de derogar dos artículos del Código Penal que tipificaban el delito de disolución social (antecedente de la actual Ley de Seguridad Interior), que era el delito que le aplicaban a los líderes de los movimiento sociales que estaban en la cárcel como Demetrío Vallejo.

Ciertamente, el movimiento fue masacrado pero el medio intelectual condenó masivamente al gobierno. Obtuvo un triunfo cultural. Muchas de las

transformaciones que precipitó al interior de la Universidad se mantuvieron y ampliaron. Por ejemplo, el movimiento de liberación femenina, que alcanzó su mejor momento en los setenta, arrancó con el 68. Y, los jóvenes estudiantes vieron que podían tener un papel distinto en el proceso educativo. La relación entre los maestros y los alumnos cambió significativamente, y fue abandonada la imagen del maestro infalible, entablandose una relación mucho más igualitaria.

Decía Walter Benjamin que sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. A 50 años de distancia. Instalados en una época en la que ni siquiera los muertos del 68 están a salvo, Caramba y zamba la cosa enciende la chispa de la esperanza. De esa clase de historiadores es Fracisco Pérez Arce

 

4 de marzo de 2018