El desempleo y las mil formas de la humillación

(Escrito el 9 de junio de 1995)

Hace una década aparecieron estupefuegos en las esquinas se multiplicaron rápidamente, desde los primeros años ochenta cuando se hablaba de la prosperidad petrolera, pero para estos dragones subempleados, el auge petrolero sólo se traducía en unos cuantos litros de gasolina, una tea encendida, y un rostro y unos labios quemados. En las noches citadinas, un hombre marginal, empobrecido hasta la humillación ofrece el espectáculo de su desesperación. El automovilista, público obligado por el rojo del semáforo, observa el acto que repetirá en la siguiente esquina y al siguiente día, hasta que ya no es novedad, sino parte del escenario urbano, ya ni siquiera voltea a ver el fuego brotado de la boca de estos hombres, generalmente jóvenes, a menudo adolescentes. Son parte del escenario.

Estos dragones desaparecieron. Fueron sustituidos por otros personajes. Cada dragón se transformó en diez, veinte o treinta seres que ocuparon las esquinas los más se dedicaron a saltar los parabrisas y lavarlos rápidamente, con agua jabonosa y un trapo, esperando recibir a cambio unas monedas. Estos muchachos limpia vidrios, se multiplicaron con mucha mayor rapidez que sus antecesores dragones. Los cotidianos congestionamientos en prácticamente todos los cruces de avenidas, fueron el espacio privilegiado de esta reproducción. En una sola esquina puede haber quince o veinte limpia vidrios.

Los automovilistas se acostumbraron a esta presencia. Pasaron de la completa aceptación al fastidio, al franco rechazo. Hoy, la mayoría de los conductores se adelantan y rechaza el servicio. Aunque el limpiador, busca iniciar el trabajo antes que el rechazo expreso. A veces lo inicia a pesar del rechazo, esperando que la culpa del conductor se traduzca en una moneda para ellos. Si antes, hace unos años la mayoría de las veces recibía algo. Ahora las más de las veces son rechazados. Y sin embargo se reproducen. Por su puesto basta con que tenga un éxito marginal para que su esfuerzo tenga sentido. Estar en las calles unas cuantas horas y obtener unos cuantos pesos. Al fin y al cabo el salario mínimo es de dieciséis pesos, y cuesta una larga jornada de ocho horas. Y sobre todo, no hay empleos disponibles, ni los habrá en el corto plazo.

Pero los limpiavidrios no son los únicos descendientes de los dragones. También están los payasos, los magos, los malabaristas, los mimos, los magos saca conejos o palomas, en menos de lo que se pone el siga, conforme se reprodujeron estos payasos, magos, desaparecieron los conejos vivos para ser sustituidos por conejos de peluche.

A los limpiavidrios y cirqueros hay que añadir una amplia gama de vendedores de chicles, de alegrías, de billetes de lotería, y de mercancías inesperadas por ejemplo un perchero o un juego de cubiertos. Por supuesto están los vendedores de productos de ocasión como paraguas apenas empieza la lluvia, o banderines de un equipo de fútbol cuando se acerca un partido de campeonato, o banderas tricolores cuando son los días patrios.

Así que cuando a un automovilista le toca un alto en un cruce importante de avenida, se encuentra con que uno o dos payasos o magos inicia su rápida rutina, mientras un muchacho se sube al cofre e intenta lavar el parabrisas, y un montón de vendedores pasa ofreciendo una increíble variedad de productos, pasará lo mismo en el siguiente cruce y en el siguiente, son las formas de la limosna, de la sobrevivencia, del subempleo, del desempleo, de la marginalidad, de la miseria. Hace unos años la escena hubiera sido fantástica,  apocalíptica, improbable.

En el futuro, en otra época quizá resulte increíble y solo despierte curiosidad por ese  pasado extraño, visto desde hoy, es tan  dolorosa la miseria como la indiferencia de todos ante el espectáculo de las mil formas de la humillación.